Las quejas por el desempeño de los jueces en los clásicos de Boca-Racing e Independiente-River encendió a los hinchas.
Además, otros equipos utilizaron la misma frase para graficar sus críticas.
Estaba en posición correcta Facundo Bruera. La línea de la pelota lo habilitaba. No hacía falta que Luis Lobo Medina y Mariano Ascenzi, desde el VAR, trazaran una raya azul tan (burdamente) corrida hacia adelante para que Darío Herrera validara el primer gol de Barracas Central en el 3-1 sobre Aldosivi. No era necesario. Porque la trampa, si es que existiera, no es (tan) amiga de lo grotesco. Es por eso hay dos palabras que se pusieron de moda en los últimos tiempos en Argentina: "las chiquitas". Esas son las que milímetro por milímetro terminan inclinando la cancha en una liga tan reñida como es esta, digamos, de los campeones del mundo. Y los futbolistas lo saben.
“Tengo una sensación personal que en todas las canchas las jugadas chiquitas son en contra de Independiente”, se quejó el chileno Pablo Galdames tras el cero a cero con River en el Libertadores de América. No fue el único. Dijo el uruguayo Rodrigo Fernández Cedrés: “En las chiquitas nunca fuimos favorecidos”. ¿A qué se refieren? A varias jugadas, pero sobre todo al empellón de Franco Armani sobre Walter Mazzantti, que el juez Nazareno Arasa entendió, en forma discutible, como choque de hombros. Parece, mil repeticiones después, que el arquero llega un poco más tarde y corta la jugada. Parece.
"En estas canchas, lamentablemente, te van llevando con las chiquitas. Sabemos cómo es", se lamentó el arquero Facundo Cambeses luego del 1-1 entre Boca y Racing en la Bombonera a la hora de analizar la actuación de Nicolás Ramírez. En la misma sintonía opinó Gustavo Costas, DT de la 'Academia': "Te van metiendo, metiendo y en el segundo tiempo, más allá de que tuvimos un desgaste grande, el árbitro con las chiquitas nos fue llevando y nos amonestó a todos". La bronca mayor es por la infracción que le cobraron a Martín Barrios sobre Milton Giménez y que desembocó en el tiro libre previo a la igualdad del Xeneize. Parece falta. Empujón leve por la espalda, pero infracción al fin.
"Sentía que todas las chiquitas eran todas para ellos", sostuvo Marcelo Ortiz, de Atlético Tucumán, al cabo de la igualdad sin goles frente al invicto Rosario Central de Ángel Di María. Y algo similar pensó Maximiliano Villa, también del Decano: "Creo que las chiquitas las cobraba para Central". La gran polémica allí, en el Monumental José Fierro, fue una infracción de Leandro Díaz sobre Enzo Giménez justo antes de que el Loco la mandara a guardar. Fue foul. Fue también un pleno de Fernando Echenique, secundado vía tecnológica por Adrián Franklin.
Las tres jugadas son parte del combo de polémicas de la fecha 4 del Torneo Clausura. Curiosamente, incluido el no fuera de juego de Bruera, todas pueden ser consideradas como aciertos de los árbitros. Y sirven para dejar en evidencia que el problema es otro. La duda constante sobre los fallos. Chiquitas o grandes, en definitiva, ya no es una cuestión de tamaño. Todos se quejan. Cambió el paradigma.
Históricamente, los clubes de menor convocatoria pegaban el grito en el cielo, muchas veces con razón, que los grandes siempre tenían ese beneplácito de los jueces en los partidos peleados. No hacía falta -aunque a veces lo hacían sin despeinarse- que cobraran un penal o que echaran a un jugador. Bastaba con tiros libres cerca del área o con amarillas repartidas a discreción para que uno de los dos equipos quedara condicionado y el otro aumentara exponencialmente sus chances de llevarse la victoria.
El problema -o la confusión- es que ahora pasa en todos los partidos. Y existe la sensación generalizada que algunos equipos, no solo los grandes, parecen tener más garantías que otros. Es una sensación, se insiste. Y es parte del mismo problema de siempre. Porque el inconveniente, más allá de las suspicacias, corre por otro carril y es el superpoblado fútbol de Primera División. Treinta equipos es mucho. Demasiado. Y el efecto dominó del daño no termina en una mera cuestión numérica.
Es que el torneo de 30 impacta directamente en la calidad del fútbol argentino. No hay tantos jugadores capacitados, por más fértiles que sigan siendo las divisiones inferiores, para armar 30 planteles competitivos. Se ve a la legua con las dificultades que tienen muchos para dar la talla. Y como sucede con los equipos también ocurre con los árbitros. Si era complejo tener un staff de diez jueces confiables cuando había diez partidos por fin de semana, qué decir cuando son 15 los encuentros y, además, hay que sumar a los que no rotan y dan una mano desde Ezeiza con el VAR.
No hay tantos árbitros buenos en Argentina. Capaz sobra el tantos, ojo... De hecho, son pocos los que logran un consenso generalizado. Todos son sospechados por esto y por aquello. Algunos acumulan antecedentes pesados desde sus pasos por las categorías de Ascenso. Y así resulta imposible no arrancar los partidos con una mochila que suma peso con el correr de los minutos y de los fallos, muchas veces, incomprensibles.
Es mucho el trabajo que tiene por delante Fernando Rapallini, flamante gerente técnico de Arbitraje de la AFA. Llegó para darle transparencia a un fútbol que es aún más sospechado desde que se implementó el sistema VAR. Y por ahora le cuesta. No todas las jugadas son iguales. Pero el reglamento no cambia. Debería ser el mismo para todos. Bastaría con la unificación de criterios. Al menos así se disimularían un poco las deficiencias técnicas que despiertan indignación y provocan injusticias todos los fines de semana.
Lunes, 11 de agosto de 2025