Habían nacido en mayo y la operación duró 8 horas.
La historia de sus papás y el próximo deseo.
En la entrada del Hospital Garrahan, sobre la calle Pichincha, hay carteles pegados que dicen “El Garrahan en lucha”. Son reclamos de médicos y residentes por mejores condiciones laborales. En una de las banquetas de afuera, Yamila (27) y Gonzalo (23) esperan la entrevista con una sonrisa amplia, como si el peso de los últimos meses se hubiera hecho más liviano. Yamila lleva un colgante con el número 81, el de la habitación que fue su casa durante tres meses.
No llegaron hasta acá por casualidad. Viajaron desde Rosario con un embarazo de riesgo y una certeza: que esas dos vidas diminutas que Yamila llevaba en la panza iban a quedarse en este mundo, unidas o separadas, como fuera. El Hospital Garrahan, dicen, les dio lo que parecía imposible: dos hijas sanas, dos futuros que ya se podían imaginar.
“Siempre anhelamos ser papás”, dice Yamila. A los 17 años le extirparon un tumor en la zona de las caderas y, según los médicos, eso le había quitado la posibilidad de concebir de manera natural y tenia que someterse a una serie de tratamientos para poder quedar embarazada. “Para la ciencia era imposible”, recuerda. Pero cuando le dijeron que no podía, el deseo creció aún más.
Ambos se conocieron hace tres años, en el barrio de Ludueña, Rosario. Comenzaron a convivir y al poco tiempo la ilusion de formar una familia creció. “Para mi cumpleaños nos enteramos que íbamos a ser papás. Mejor regalo que ese no voy a tener jamás”, dice Gonzalo.
La primera ecografía reveló una noticia agridulce: eran trillizos, pero uno de los bebés no tenía latido. “Teníamos el corazón dividido en dos”, relata Yamila. La segunda ecografía trajo otra sorpresa: donde antes latía un solo corazón, ahora latían dos en una misma bolsa.
De la operación para separar las gemelas rosarinas participó un equipo multidisciplinario del hospital Garrahan.De la operación para separar las gemelas rosarinas participó un equipo multidisciplinario del hospital Garrahan.
Desde la segunda ecografía, los médicos les informaron que las nenas estaban unidas. Faltaba saber qué órganos compartían. El temor era que compartieran más que el hígado, porque eso complicaría la separación. “Orábamos para que no fuera más que eso”, recuerda Gonzalo, ambos se aferraron a la fe y a los milagros.
En una resonancia, ya en el quinto mes, llegó el alivio: solo compartían el hígado. La posibilidad de una cirugía exitosa se abría. Pilar y Ámbar nacieron el 5 de mayo, a las 32 semanas de gestación. Pesaban 1.600 gramos. Vinieron al mundo en el Hospital Argerich y, de inmediato, fueron trasladadas al Garrahan en un operativo especial, porque allí no había terapia intensiva para adultos y Yamila debía quedarse en el Argerich porque su embarazo era de riesgo.
“Cuando nacieron estaban abrazaditas, mirando hacia donde estábamos nosotros”, dice Yamila. “Nunca nos importó su condición, siempre quisimos tenerlas a las dos”, remarca.
Cómo fueron sus primeros días
Para alzarlas, había que pasar una mano por detrás de sus cabecitas y otra por la zona de las caderas. “Siempre en bloque y paraditas”, cuenta Yamila. Ambas estaban juntas desde el tórax. Se bañaban sostenidas por Gonzalo en la bañerita.
Ámbar, inquieta y observadora, movía la cabeza para mirar todo. Pilar, más tranquila y dormilona, era el contrapunto. “Acá las conocían como ‘las boxeadoras’ porque se pegaban entre ellas”, recuerda Yamila entre risas.
En un principio, el alta iba a ser con las niñas aún unidas, para regresar un año después a la cirugía. Pero la operación se adelantó: el 7 de agosto, con apenas tres meses y 5 kilos y 200 gramos cada una, el equipo de Cirugía General del Garrahan realizó la separación de forma exitosa.
“El procedimiento consistió en seccionar el puente que las unía y separar a las bebés”, explica Víctor Ayarzábal, jefe del servicio. “Estaban unidas por el abdomen, compartían un puente de tejido hepático y parte del esternón, pero cada hígado era autónomo. Eso fue clave”, remarca.
La intervención duró ocho horas, con un equipo multidisciplinario de cirujanos generales, plásticos, neonatólogos, anestesiólogos e instrumentadores. “Se hizo una simulación previa para evitar inconvenientes. Luego del corte del hígado, los cirujanos plásticos cerraron la pared abdominal para un posoperatorio más llevadero”, detalla Ayarzábal.
A los siete días ya no necesitaban asistencia respiratoria. Una comenzó a comer enseguida y la otra estaba por empezar.
Sus nombres también tienen una razón. Pilar fue elegido por Gonzalo: “Le pedía a Dios un pilar que me sostenga y llegó ese nombre”. Ámbar llegó después, por Yamila, en una oración, buscando un nombre con sentido espiritual: significa piedra preciosa para Dios”.
Soñar con volver a casa
“Acá adentro es un mundo aparte”, dice Gonzalo. “Si fuese por nosotros, con nuestro bolsillo, no hubiéramos podido alcanzar lo que alcanzamos. Yo hice changas en todos lados para pagar el viaje a Buenos Aires. Estamos agradecidos en todas las áreas, por el amor con el que trabajan”, remarca
También agradecen a la Casa Ronald McDonald, que les dio alojamiento y comida cerca de sus hijas. “Es un alivio enorme para los padres de terapia intensiva, también acá nos dan los pañales, la ropa, tenemos todo”, cuenta Yamila.
“Si tengo que definir todo esto en una palabra, es amor”, dice Yamila. “El amor todo lo puede, todo lo espera”. Gonzalo agrega: “Estamos a un pasito de la victoria”.
Gonzalo tiene una visión clara y dice con seguridad que su regreso a Rosario será en agosto. “Disfrutar de la familia, que los extrañamos tanto. Ya me estoy viendo llegando al barrio”, dice Gonzalo.
Yamila canta para sus hijas “Disfruto”, de Carla Morrison. Ellas la miran y emiten sonidos como si quisieran responder. “Hay que soñar que las cosas imposibles ocurren”, dice ella, “porque ocurren”, remarca.
Jueves, 14 de agosto de 2025